¡Hueles a viejo!, A esa ropa que reposa en las profundidades del ropero cubierto de polvo, ésa, mordida por las cucarachas que habitan el viejo cuarto, la que esta impregnada de recuerdos, ¡Hueles a viejo! Decía la vieja Francisca a Gabriel, su compañero durante 52 años, después de hacer el amor en la antigua y gastada cama carcomida por la polilla.
Gabriel se volvió para poder ver esos ojos noche, ahora rodeados de arrugas, de huellas que se dejan al recorrer caminos, pero igual de profundos como siempre, los observaba atentamente bajo un charco salado, incorporo la espalda como pudo venciendo a la reuma y al agotamiento, con un aire fatigado le besó la frente, después dejó reposar su cabeza sobre los gastados y desnudos pechos de su compañera, y lloró en silencio, cuidando que Francisca no se diera cuenta, Gabriel siempre disfrazaba el llanto, pero Francisca siempre lo notaba, mas no decía nada, fingía no darse cuenta. Esa noche confirmó su sospecha cuando sintió una pequeña lagrima recorrer su pecho deslizándose hasta su ombligo, así se quedaron los dos hasta que los venció el sueño, como los había vencido el tiempo.