“Pero ¿con qué armas puede
uno enfrentarse a la mala fe cuando se tiene la desgracia de ser puro corazón?”
Apuró el último trago amargo que acentuaba el sabor a cebada y su bigote se
empapó, antes de levantarse se llevó la manga de la camisa al
mostacho y lo secó de una sola pasada mientras sus ojos releían una vez más la
frase, que estaba escrita en la parte superior de la pared manchada del tugurio,
y que sostenía en la esquina la figura de San Judas Tadeo con una ofrenda de
agua y perejil, “Pero ¿con qué armas puede uno enfrentarse a la mala fe cuando
se tiene la desgracia de ser puro corazón?”
Tambaleándose abandonó el
lugar haciendo una señal que pudo haber significado cualquier cosa para
cualquier fulano, para el hombre de la barra era una sentencia: ‘ai me las
apuntas.
Se introdujo en la oscuridad
y vagó por tres calles antes de identificar el camino a casa, al pasar por la
catedral el reloj marcaba las cinco cincuenta y tres, él se puso el dedo sobre
la sien y meditó.
Antes de retomar su camino
cruzó a la acera de enfrente y en la única tienda abierta compró dos
chlindrinas, una mantecada, un chamuco, un litro de leche y jugo de naranja.
Retomó su incesante
recorrido no sin antes arquear un par de veces esforzándose por contener las
bebidas en su cuerpo y al fin se detuvo frente a una puerta negra, entonces
tuvo que apoyarse del poste de luz para encontrar las llaves dentro de su
bolsillo. Después de una batalla con la cerradura se introdujo en una
habitación sin luz donde el siguiente reto fue encontrar el apagador.
Al fin cruzó la sala y llegó
al comedor, allí discretamente sacó de la alacena la porcelana y dispuso el pan
sobre la mesa, sirvió dos tazas de leche y dos vasos con jugo de naranja, con
un orgullo que se le desparramaba del pecho preparó un grito amoroso que se
ahogó ante una voz chillona que lo sorprendió con los botones de la camisa
abrochados en el sitio donde no correspondía y una marca de labial “rosa
tropical” en la mejilla izquierda.
–¡Pinche borracho cochino!, ¿ya
vistes qué hora es y todavía llegas con tu escándalo?-
El hombre apenas dio un paso
atrás y su pie se encontró con media vajilla hecha pedazos por el piso,
-El desayuno- trastabilló.
-¡Que desayuno ni que la
chingada!, ¿ya vistes el desmadre que hicistes?- reclamó la mujer con los ojos
hinchados y el cabello desaliñado.
El hombre la miró fijamente
y pareció perderse en los ojos de la esposa por unos segundos, entonces bajó la
mirada y no contestó.
-¡Te estoy hablando! ¿por
qué no me contestas?-
El beodo elevó los ojos y
miró fijamente a la mujer, levantó lentamente el dedo índice de forma
misteriosa y al fin convencido se expresó.
- Pero ¿con qué armas puede
uno enfrentarse a la mala fe cuando se tiene la desgracia de ser puro corazón?-
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